“El arte no cambia el mundo, lo cambian las artistas”. Hablamos con Kike Labián, creador de KUBBO e impulsor del proyecto La Movida

Kike Labián representa la voz de una generación de jóvenes artistas que trabaja para reinventar y mejorar la educación musical de nuestro país. Y lo hace desde una visión pragmática, huyendo de romanticismos y de nostalgia, convencido del potencial que tiene el arte como herramienta para mejorar el mundo y de la capacidad de los jóvenes para liderar este cambio.

Kike es percusionista, educador y comunicador. Es tutor de Innovación en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, y asesor en programas de innovación social como Ashoka España o PuntoJES, entre otras. Además, dirige Kubbo, una compañía de artes escénicas e innovación social que crea experiencias artísticas para imaginar mejores realidades y con la que colaboramos desde la Fundación Banco Sabadell, a través de iniciativas como “La Movida”, un proyecto que busca revolucionar la educación artística poniendo a la juventud en el centro del debate.

Hablamos con Kike sobre este proyecto, sobre el papel de los jóvenes como motor de cambio, el papel de las instituciones en todo este contexto o el futuro del sector cultural.

¿Cuál fue la motivación detrás de la decisión de crear una compañía como Kubbo?

Kubbo comenzó hace cuatro años en una cafetería con tres personas alrededor de una mesa: Alber Rico, psicólogo educativo y músico con el que había coincidido en proyectos de innovación socioeducativa a través de Ashoka; Palmira Cardo, artista de Mayumana y excompañera de la carrera de percusión, y yo.

Nos dimos cuenta de que los tres teníamos un interés común por la intersección entre arte y transformación social, pero desde perspectivas muy, muy diferentes. Alber desde un activismo y una intervención sociocomunitaria muy terrenal, Palmi desde una compañía de artes escénicas que estaba en temporada en Gran Vía y yo desde una perspectiva institucional más típica del tercer sector. Y ahí vimos algo.

Tuvimos claro que no veníamos a descubrir nada nuevo: ya hay mucha gente haciendo mediación cultural de maneras maravillosas, pero nosotras nos propusimos el reto de llevarlo al mainstream. ¿Podían la innovación social o la educación transformadora estar en Gran Vía? La respuesta no solo puede, sino que tiene que ser “sí”. Y en esa ambición, pero también en esa incerteza moral, en ese trabajo institucional tan artesanal, es donde nació Kubbo.

Queremos que lo que ocurre entre arte y transformación social no sea marginal, ni alternativo, ni asistencialista. Tiene que ser el centro de nuestro sector cultural.

Los jóvenes artistas se encuentran con un contexto muy complicado para poder dedicarse a su profesión. ¿Cuáles crees que son las principales barreras con las que se encuentran?

La primera barrera es de acceso. Creo que es importante recordar que, a día de hoy, estudiar artes no es un derecho universal. En mi caso, para poder estudiar en un conservatorio, tuvo que darse el privilegio de que mi padre pudiera conciliar su trabajo tres tardes a la semana para llevarme a un conservatorio que estaba a treinta minutos de mi pueblo. Por no hablar del coste de instrumentos, matrículas, cursos extra de especialización…

Por otro lado, una vez terminada la formación, hay otro problema: la empleabilidad. Según estudios de caso, más del 90% de egresados de conservatorios superiores se dedica a la docencia, y tan solo el 5% a la interpretación. Es gravísimo. Y cuidado, no podemos caer en el tópico de “hay que adaptar la educación a las demandas de la industria”. Eso es poco ambicioso. Hay que cambiar la educación para que cambie la industria.

Necesitamos escuelas y conservatorios y universidades que miren de manera crítica las orquestas y los teatros y las discográficas, y que preparen al alumnado con estrategias para reinventarlas. Ese cambio sí que es sistémico y largoplacista. Lo demás, enamorarnos de la nostalgia.

La Movida nace como un programa de formación y participación juvenil para la elaboración de propuestas de innovación educativa en el área de las enseñanzas artísticas. ¿Por qué consideras que es necesario replantear la educación artística?

Más allá de estructuras hay un paradigma profundo al que podríamos dar una vueltecilla: los espacios de educación artística se han construido con una visión industrial individualista que divide entre creadores y ejecutantes. Compositores – intérpretes, dramaturgos – actores/actrices, coreógrafos – bailarines. Hemos creado una factoría en cadena del arte. Que ojo, tampoco hay que entretenerse en demonizar la especialización ni buscar culpables. Es lo que la sociedad necesitó en su momento, pero es hora de avanzar.

Y para mí, la causa de urgencia es que, por el camino, hemos arrebatado a los planes de estudio palabras tan necesarias a día de hoy como “creatividad” o, peor aún, “imaginación”. Esto lo aprendí cuando comenzamos a trabajar en proyectos de cultura urbana en contextos muy vulnerabilizados y desacademizados. Esa juventud va años por delante. Reniegan de etiquetas disciplinares, quieren ser artistas, no músicos o bailarines, crean, componen, rapean, bailan, improvisan en freestyle, hacen performance, investigan…

Y no lo digo con afán de romantizar la precariedad que los ha llevado a tener que ingeniárselas, sino como toque de atención: si abrimos nuestras instituciones educativas a saberes que ocurren más allá de nuestros muros, quizás descubramos que no necesitamos innovar tanto y que más nos vale dejarnos innovar.

¿Qué papel tienen las nuevas generaciones en esta transformación?

Casi todo. La educación no es un proceso de transmisión de conocimientos, es un proceso de construcción de conocimiento, y en esa ecuación, tan importante es profesor como alumno. O por concretarlo, no me interesa una profesora enseñando a una joven de 16 años a tocar una partita de Bach si ese proceso no incluye una reflexión sobre cómo cambia esa interpretación en manos de una joven de 16 años en 2023. La pregunta tiene que dejar de ser “¿qué haría Bach?” para pasar a “¿qué haría Bach en 2023?”. Y así, con toda la institución.

¿Cómo es un conservatorio de danza, o una escuela de teatro en la época de TikTok, de Rosalía, de la emergencia climática, de la salud mental? Sea cual sea la respuesta, solo sé que, en esa conversación, la voz de la juventud es inevitable, básicamente porque está haciendo algo tan relevante como lo es vivir. Y tranquilidad, que esto no es relativismo, es perspectivismo. No es un “todo vale”, pero sí una democratización de la institución en la que el alumnado no solo aprende a recibir, sino también a construir.

Dicho esto, la juventud no podemos esperar estos cambios sentados en la silla tomando un Cola Cao calentito. Hay que pensar, repensar, proponer, investigar, inspirar, movilizar. Hay que hacer. Y eso conlleva valentía, porque, aunque le pongamos muchas flores en las campañas de marketing, impulsar un cambio puede suponer incomodidad, pero bendita sea esa incomodidad. La incomodidad, si se abraza, si se hace cuidando a las personas que escucharán nuestras propuestas, mueve montañas.

¿Cómo consideras que instituciones como la Fundación Banco Sabadell podemos ser una palanca de cambio que impulse mejores realidades para los jóvenes artistas?

Primero de todo, siendo ejemplo. Que una institución que trabaja con juventud ceda capacidad de decisión es maravilloso. Podéis y debéis ser inspiración para que otras instituciones abran sus espacios de toma de decisión a otras perspectivas. Y más de eso, se me ocurren tres claves para apoyar a la juventud:

En primer lugar, recursos. Y sé que esto es poco romántico, pero hay que decirlo. Estamos cansadísimos de instituciones que quieren contar con los jóvenes, pero sin asumir que el tiempo, el pensamiento, el trabajo, los viajes, los eventos y las campañas conllevan recursos. Impulsar a la juventud no es subir a un/a joven a una mesa redonda en tu evento anual. Impulsar a la juventud es escuchar, confiar en sus propuestas y trabajarlas hasta incluirlas en acciones estratégicas. Y por supuesto, es apoyar con recursos el resultado de esas propuestas.

Por otro lado, hay una cuestión de respaldo que nos viene de maravilla. Y aquí también seré honesto, ir con el apoyo de Fundación Banco Sabadell hace que tus propuestas se
escuchen más y mejor. Y no solo por ser joven. A cualquier directivo o directiva de cualquier institución le pasaría igual. Se le escucha con más atención por la organización a la que representa. Las instituciones no solo son espacios de recepción de propuestas, sino también altavoces de propuestas de la ciudadanía.

Por último, es una oportunidad de conexión. Habéis movilizado a grandes referentes del ecosistema que han aportado todo su conocimiento al proceso de cocreación de propuestas educativas de La Movida, y eso es increíble. El potencial que acumuláis en intangibles es enorme y creo que hay que contarlo mucho más.

Hablando de imaginar mejores realidades, ¿cómo te imaginas el futuro del sector cultural?

Pues mira, voy a ser frívolo por si hay suerte y esto lo lee algún gestor o gestora cultural que me robe la idea: ojalá el futuro del sector cultural sea más divertido. Desde hace un par de años, no sé muy bien qué he hecho, pero creo ahora soy “experto”. De repente, me veo en mesas redondas, congresos y encuentros con directivos que tienen capacidad para decidir. Y echo en falta que bailen más. He encontrado un sector repleto de gente maravillosa (y lo digo con total sinceridad) encorsetada en algunas estructuras que hablan de “lo serio” como un valor eternamente positivo. Y eso les impide innovar.

Hablamos de cultura sin practicar cultura, y no nos engañemos: la forma también es fondo. No vale que nuestros espacios de pensamiento y apertura institucional sean eventos donde hablan 4, escuchan 30 y 70 miran su móvil esperando el momento del pasillo para entregar la tarjeta de contacto a la persona que casualmente agregó a Linkedin 10 días antes.

Recuerdo mucho un encuentro que organizasteis hace unos meses (en el que, por cierto, bailamos bastante). Una persona anónima me dejó un post-it al final definiéndose con la palabra “inocencia” y, aunque al principio me molestó un poco, con el tiempo me di cuenta de que era un planazo.

Imagino un futuro en el sector cultural en el que todos los que trabajamos en él nos podamos encontrar hablando desde la honestidad, compartiendo, disfrutando, cuidando, haciendo más arte, y todo sin que eso nos suponga ningún miedo o prejuicio por el “qué dirán”. Ah, y si es posible, que en esa fiesta la entrada sea libre, puestos a imaginar.

Y si eso es inocente, ¡pues p’alante con la inocencia! Ahora mismo hay 150 jóvenes de España y Latinoamérica organizándose por equipos en una plataforma de gamers (Discord) llamada La Movida, planeando quedadas informales porque están deseando conocerse en persona y todo con la convicción tremendamente inocente de que vamos a transformar la educación artística. Y me parece lo más, porque lo vamos a conseguir.